miércoles, 6 de marzo de 2013

DIEZ AÑOS QUE DESANGRARON A COLOMBIA


                  DIEZ AÑOS QUE DESANGRARON A COLOMBIA
En los años 40 el economista colombiano Luis Eduardo Nieto Arteta escribió un apología del café: Decía que había logrado lo que nunca consiguieron en los anteriores ciclos económicos del país, las minas y el tabaco, ni el añil ni la quina: Dar nacimiento a un orden maduro y progresista. Las fábricas textiles y otras industrias livianas habían nacido en los departamentos productivos de café: Antioquia, caldas, valle del cauca, Cundinamarca. Una democracia de pequeños productores dedicados al café había convertido a los colombianos en hombres moderados y sobrios. Poco tiempo después estallo la violencia. En realidad los elogios al café no habían interrumpido, como por arte de magia, la larga historia de las revueltas y represiones sanguinarias en Colombia. El baño de sangre coincidió con periodo de euforia económica para la clase dominante: ¿Es lícito confundir entonces la prosperidad de   una clase con el bienestar de un país? No puede hacerse un discurso del desarrollo cuando la realidad muestra graves desigualdades y desacuerdos.
La violencia había empezado como enfrentamiento entre liberales y conservadores, pero la dinámica del oído de clases fue acentuando cada vez su carácter de lucha social. Jorge Eliécer Gaytán, el caudillo liberal a quién la oligarquía de su propio partido, entre despectiva y temerosa llamaba el lobo o el badulaquer, había ganado un formidable prestigio popular   amenazaba el orden establecido; cuando lo asesinaron a tiros, se desencadenó el huracán. Primero fue una manera humana incontenible en las calles de la capital, el espontaneo bogotazo, y enseguida la violencia derivo al campo, donde, desde hacía un tiempo, ya las bandas organizadas por los conservadores venían sembrando el terror.
El oído largamente masticado por los campesinos hizo explosión, y mientras el gobierno enviaba policías y soldados bajo la consigna de no dejar ni la semilla, los doctores del partido liberar se recluían en sus casas sin alterar sus buenos modales ni el tono caballeresco de sus manifiestos, o en el peor de los casos viajaban al exilio. Fueron los campesinos quienes pusieron los muertos. La guerra alcanzo extremos de increíble crueldad, impulsada por un afán de venganza que crecía con la guerra misma. Surgieron nuevos estilos de la muerte: En el corte de corbata, la lengua quedaba colgando desde el pescuezo. Se sucedían las violaciones, los incendios, los saqueos; los hombres eran descuartizados o quemados vivos, desollados o partidos lentamente en pedacitos; los batallones arrasaban las aldeas y las plantaciones; los ríos quedaban tenidos de rojo; los bandoleros otorgaban el permiso de vivir a cambiode tributos en dinero o cargamentos de café y las fuerzas represivas expulsaban y perseguían a innumerables familias que huían a las montañas a buscar refugio en los bosques, parían las mujeres.
Los primero jefes guerrilleros,   animados por la necesidad de revancha pero sin horizontes políticos claros, se lanzaban a la destrucción por la destrucción, el desahogo a sangre y fuego sin otros objetivos. Los nombres de los protagonistas de la violencia (teniente gorila, malasombra, el cóndor, piel roja, el vampiro, ave negra, el terror de llano) no sugieren una epopeya de la revolución pero el acento de rebelión social se imprimía hasta en las soplas que cantaban las bandas:
Yo soy campesino puro, 
Yo no empecé la pelea,
Pero si me buscan ruido
La bailan con la más fea
Y en definitiva, el terror indiscriminado había aparecido también mezclado con las reivindicaciones de la justicia, en la revolución mexicana de Emilio Zapata y pancho villa. En Colombia la rabia estallaba de cualquier manera, pero no es cual de aquella década de violencia nacieran las posteriores guerrillas políticas que; levantando las banderas de la revolución social, llegaron a ocuparan y controlar extensas zonas del país. Los campesinos, asediados por la represión, emigraron a las montañas y ahí organizaron el trajo agrícola y la autodefensa. Las llamadas repúblicas independientes continuaron ofreciendo refugio a los perseguidos después deque los conservadores y los liberales firmaron en Madrid el pacto de la paz. Los dirigentes de ambos partidos, en un clima de brindis y palomas, resolvieron turnarse sucesivamente el poder en aras de la concordia nacional y entonces comenzaron, ya de común acuerdo, la faena de la limpieza contra los focos de perturbación del sistema.
En plena violencia había un oficial que decía: ‘’A mí no me traigan cuentos. Tráiganme orejas’’. El sadismo de la represión y la ferocidad de la guerra ¿podrían aplicarse por razones clínicas?, ¿Fueron el resultado de la maldad natural de sus protagonistas? Un hombre que cortó las manos de un sacerdote, prendió fuego a su cuerpo y a su casa y luego lo despedazó y arrojó a un caño, gritaba, cuando la guerra ya había terminado: ‘’Yo no soy el culpable. Yo no soy el culpable. Déjenme solo’’.
Había perdido la razón pero en cierto modo la tenía: el horror de la violencia no hizo más que poner de manifiesto el horror del sistema. Porque el café no trajo consigo la felicidad y la armonía, como había profetizado Nieto Arteta. 
Es verdad que gracias al café se activó la navegación de magdalena y nacieron líneas de ferrocarril y carreteras y se acumularon capitales que dieron origen a ciertas industrias, pero el orden interno y la dependencia económica ante los centros extranjeros del poder no solo resultaron vulnerados por el proceso ascendente del café, sino que, por el contrario, se hicieroninfinitamente más agobiantes para los colombianos.
Cuando la década de la violencia llegaba a su fin, las naciones unidas publicaban los resultados de sus encuestas sobre la nutrición en Colombia. Desde entonces la situación no ha mejorado en absoluto: la encuesta mostro una marcada insuficiencia de alimentos protectores –leche y sus derivados, huevos, carne, pescado, y algunas frutas y hortalizas- que aportan conjuntamente proteínas, vitaminas y sales. No sólo a la luz de los fogonazos de las balas se revela una tragedia social.
Las estadísticas indican que Colombia ostenta un índice de homicidios siete veces mayor que el de los estados unidos, pero también indica que la cuarta parte de los colombianos en edad activa carece de un trabajo fijo. Hay en Colombia más un millón de niños sin escuela. Ello no impide que el sistema se dé el lujo de mantener a   41 universidades diferentes, públicas o privadas, cada una con sus diferentes facultades y departamentos, para la educación de los hijos de la élite y de la minoritaria clase media.
La desigualdad colombiana devela la fragilidad de los discursos, pero sobretodo la distancia de muchos países latinoamericanos con la realidad optimista, o más bien la visión idealizada que de ellos se han creado. Vale la pena rescatar los esfuerzos de quienes atraen la mirada nuestra y de nosotros hacia la auténtica realidad latinoamericana, pero falta aún hacer que esas miradasmuevan a acciones que encaminen a Colombia y los países en situaciones similares hacia un desarrollo que los propios habitantes puedan percibir y disfrutar.
Guzmán Campos, Germán, Fals Borda, Orlando Umañana Luna, Eduardo (1963) La violencia en Colombia. Estudio de un proceso social.
Nieto arieta, Luis Eduardo, (1969) Ensayo sobre la economía colombiana, Medellín.
Rama w., Germán (1969) Educación y movilidad social en Colombia revista ‘’eco’’ numero 116 Bogotá.
Organización de las naciones unidas, (1957) indicadores y proyecciones del desarrollo económico, en el desarrollo económico de Colombia. New York
ESCRITO POR :CORINA ESPINOSA 

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